Adiós al valle

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Cuatro amigos deciden olvidar la vida en Atlanta por unos días. El domingo estarán de vuelta para disfrutar del partido. Sin problemas. Piensan evadirse rodeándose de la naturaleza, adentrarse en los montes Apalaches y navegar el río Cahulawassee. Tal río, en realidad, no existe. Son aguas inventadas por James Dickey, aunque la ficción también le pone fin: una presa, amenaza explícita en el cine de John Boorman (La selva esmeralda, 1985), terminará prematuramente con el valle. A Ned Beatty, fantoche urbanita, poco le importa. Quiere su tienda de campaña, su vino y sus risas con los amigos. No sabe todavía lo que le viene encima. La calidez de la naturaleza -tan bien retratada por Vilmos Zsigmond– dura un asalto. El karma de los bosques no quiere a estos chicos de ciudad merodeando por allí. Aquella se rebela contra el intruso. El río los escupe. Y el montañero los maltrata. El arco de Burt Reynolds contraataca. La mirada de Jon Voight aterra. El hombre es un lobo para el hombre. Una vez más, la violencia y las manidas tinieblas se imponen. Se esfuma la armonía en nombre de la supervivencia. Dos mundos que colisionan: ¿quién golpeó primero? Pesadilla impoluta. Queda Ronny Cox y un harapiento muchacho… un duelo banjo-guitarra emblemático.    

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John Boorman (1972) Deliverance   

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